Esta mañana no hemos empezado con buen pie. Después de dos días con la misma ropa y sudando la gota gorda por el calor que hace, no podíamos permitir que Y. siguiera empeñada en vestir lo mismo que el lunes y el martes. Lo hemos intentado de todas las formas posibles pero no ha habido manera. Se ponía a llorar con una pena inmensa y se abstraía de todo. Al final nos hemos puesto como meta que al menos se cambiara los calcetines y la camiseta, pero esto también se presentaba como algo imposible de alcanzar.
Tras una hora de idear estrategias y que todas fracasaran, he optado por tirar por la calle de en medio: he pedido a Marcos y D. que se fueran a desayunar y ver qué reacción tenía Y. al quedarse conmigo a solas. Tal y como sospechaba, le han entrado los siete males al darse cuenta de que se quedaba con el “ogro” y cuando me ha preguntado con la mirada, le he dicho lo obvio: “Si quieres que nosotras también vayamos, tienes que ponerte ropa limpia”. Ha salido corriendo al baño a lavarse la cara y las manos y me ha pedido que la ayudara a vestirse. Eso sí, llorando en silencio y partiéndome el alma sin saberlo. Después me ha pedido hablar con sus cuidadoras, y al decirle yo que dejara de llorar , se ha secado las lágrimas del tirón y entonces sí, ha estado cinco minutitos hablando con ellas y luego se ha quedado tan feliz. Hasta me ha dado la mano para bajar al comedor. No sé si se ha dado cuenta de que no soy tan mala o si lo único que quería era ver a Marcos y a D. lo antes posible.
Al llegar a la planta sexta, donde sirven el desayuno, pensaba que se iba a soltar de mi mano, pero no ha puesto pegas al acompañarme a elegir lo que quería de comer.
Después de llenar el estómago y de lavarnos los dientes en la habitación, teníamos el día libre. Así que hemos pensado que sería una buena idea visitar alguno de los parques que se reparten a lo largo y ancho de esta inmensa ciudad, para que dejaran salir energía.
Esta vez N. tenía que encargarse de recoger toda la documentación en el Registro Civil, así que sería nuestro primer día solos por las calles de Hangzhu y, la verdad, no fue tan mal.
Con el calor que ha hecho hoy y todo el rato que hemos estado andando y jugando, lo único que queríamos era sentarnos a comer cualquier cosa y volver al hotel para echarnos una buena siesta. No sé cómo lo hacemos, pero somos incapaces de pedir algo de comer que no lleve picante; para Marcos y D. esto no supone un gran problema, pero a Y. y a mí no nos gusta, así que pronto nos damos cuenta de que las dos coincidimos en este punto y otro muro más desaparece entre nosotras.
Tras una breve siesta, Y. tarda algo más de quince minutos en ponerse en marcha. Parece que es de las personas a las que le cuesta moverse nada más abrir los ojos. Toca merendar y le ofrecemos una galleta tipo ChipsAhoy. Cuando nos queremos dar cuenta de que son de café, ya es demasiado tarde. No sabemos si por esto mismo o porque ya le tocaba, al rato Y. parece despertar y una nueva niña se muestra ante nuestros ojos. D. comienza a hacer volteretas en la cama y ella va detrás. De pronto, todo son risas en la habitación (esta vez nos ha tocado la 1507) y Y. se muestra muy receptiva a las indicaciones de Marcos. Parece que ha olvidado la palabra “no” y hasta comienza a bromear y a tomar el pelo a su hermano.
Yo lo observo todo desde un segundo plano. Ahora que por fin empieza a soltarse, no quiero hacer algo que pueda romper esta magia que, sin darnos cuenta, se ha creado. Participo de las risas, eso sí, pues tampoco se trata de que Y. piense que todos en esta familia tienen el mismo trato conmigo que ella, pero nada más. Sigo siendo invisible a sus ojos, aunque es verdad que ya no se aparta si “ocasionalmente” recibe una caricia de mamá…
Llega la hora de la ducha y, esta vez, Y. va sin problema alguno al cuarto de baño y participa con D. del momento del aseo. No necesita ayuda de nadie, salvo para descubrir cuál de las dos cosas es gel y cuál champú. Pero para eso está su hermano ahí. Imita todos sus movimientos e, incluso, lo llama por su nombre. Al salir, sin rechistar, se echa crema por todo el cuerpo, como D. y hasta deja que sea él quien le peine y le seque el pelo. Claro, D. es el mayor y de alguna forma se lo quiere hacer saber…
Y ahora… nos echamos a temblar, porque no queremos pensar qué pasará si nos pide su ropa de siempre pero… ¡oh, sorpresa! Va recogiendo cada prenda y dándosela a D., mientras dice “sucio”. Nos miramos asombrados pero actuamos mostrando muchísima alegría. Incluso yo me lanzo y le planto un beso enorme sin que me rechace. ¡Bien! Vamos mejorando por momentos. Hasta su camiseta del pijama acaba en el montón de la ropa sucia y ella sola abre el cajón reservado para sus cosas y elige algo para dormir.
Está resultando ser todo fantástico, y eso que el día empezó fatal.
Durante la cena está charlatana y sonriente, pero tanta energía acaba pasando factura y muy prontito los peques se van a dormir.
Cruzaremos los dedos para que mañana no llegue la tormenta después de la calma.