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sábado, 31 de marzo de 2018

TERCER DÍA JUNTOS Y POR FIN SALE EL SOL

28 de marzo:

Esta mañana no hemos empezado con buen pie. Después de dos días con la misma ropa y sudando la gota gorda por el calor que hace, no podíamos permitir que Y. siguiera empeñada en vestir lo mismo que el lunes y el martes. Lo hemos intentado de todas las formas posibles pero no ha habido manera. Se ponía a llorar con una pena inmensa y se abstraía de todo. Al final nos hemos puesto como meta que al menos se cambiara los calcetines y la camiseta, pero esto también se presentaba como algo imposible de alcanzar.

Tras una hora de idear estrategias y que todas fracasaran, he optado por tirar por la calle de en medio: he pedido a Marcos y D. que se fueran a desayunar y ver qué reacción tenía Y. al quedarse conmigo a solas. Tal y como sospechaba, le han entrado los siete males al darse cuenta de que se quedaba con el “ogro” y cuando me ha preguntado con la mirada, le he dicho lo obvio: “Si quieres que nosotras también vayamos, tienes que ponerte ropa limpia”. Ha salido corriendo al baño a lavarse la cara y las manos y me ha pedido que la ayudara a vestirse. Eso sí, llorando en silencio y partiéndome el alma sin saberlo. Después me ha pedido hablar con sus cuidadoras, y al decirle yo que dejara de llorar , se ha secado las lágrimas del tirón y entonces sí, ha estado cinco minutitos hablando con ellas y luego se ha quedado tan feliz. Hasta me ha dado la mano para bajar al comedor. No sé si se ha dado cuenta de que no soy tan mala o si lo único que quería era ver a Marcos y a D. lo antes posible.

Al llegar a la planta sexta, donde sirven el desayuno, pensaba que se iba a soltar de mi mano, pero no ha puesto pegas al acompañarme a elegir lo que quería de comer.

Después de llenar el estómago y de lavarnos los dientes en la habitación, teníamos el día libre. Así que hemos pensado que sería una buena idea visitar alguno de los parques que se reparten a lo largo y ancho de esta inmensa ciudad, para que dejaran salir energía.

Esta vez N. tenía que encargarse de recoger toda la documentación en el Registro Civil, así que sería nuestro primer día solos por las calles de Hangzhu y, la verdad, no fue tan mal.

Con el calor que ha hecho hoy y todo el rato que hemos estado andando y jugando, lo único que queríamos era sentarnos a comer cualquier cosa y volver al hotel para echarnos una buena siesta. No sé cómo lo hacemos, pero somos incapaces de pedir algo de comer que no lleve picante; para Marcos y D. esto no supone un gran problema, pero a Y. y a mí no nos gusta, así que pronto nos damos cuenta de que las dos coincidimos en este punto y otro muro más desaparece entre nosotras.

Tras una breve siesta, Y. tarda algo más de quince minutos en ponerse en marcha. Parece que es de las personas a las que le cuesta moverse nada más abrir los ojos. Toca merendar y le ofrecemos una galleta tipo ChipsAhoy. Cuando nos queremos dar cuenta de que son de café, ya es demasiado tarde. No sabemos si por esto mismo o porque ya le tocaba, al rato Y. parece despertar y una nueva niña se muestra ante nuestros ojos. D. comienza a hacer volteretas en la cama y ella va detrás. De pronto, todo son risas en la habitación (esta vez nos ha tocado la 1507) y Y. se muestra muy receptiva a las indicaciones de Marcos. Parece que ha olvidado la palabra “no” y hasta comienza a bromear y a tomar el pelo a su hermano.

Yo lo observo todo desde un segundo plano. Ahora que por fin empieza a soltarse, no quiero hacer algo que pueda romper esta magia que, sin darnos cuenta, se ha creado. Participo de las risas, eso sí, pues tampoco se trata de que Y. piense que todos en esta familia tienen el mismo trato conmigo que ella, pero nada más. Sigo siendo invisible a sus ojos, aunque es verdad que ya no se aparta si “ocasionalmente” recibe una caricia de mamá…

Llega la hora de la ducha y, esta vez, Y. va sin problema alguno al cuarto de baño y participa con D. del momento del aseo. No necesita ayuda de nadie, salvo para descubrir cuál de las dos cosas es gel y cuál champú. Pero para eso está su hermano ahí. Imita todos sus movimientos e, incluso, lo llama por su nombre. Al salir, sin rechistar, se echa crema por todo el cuerpo, como D. y hasta deja que sea él quien le peine y le seque el pelo. Claro, D. es el mayor y de alguna forma se lo quiere hacer saber…

Y ahora… nos echamos a temblar, porque no queremos pensar qué pasará si nos pide su ropa de siempre pero… ¡oh, sorpresa! Va recogiendo cada prenda y dándosela a D., mientras dice “sucio”. Nos miramos asombrados pero actuamos mostrando muchísima alegría. Incluso yo me lanzo y le planto un beso enorme sin que me rechace. ¡Bien! Vamos mejorando por momentos. Hasta su camiseta del pijama acaba en el montón de la ropa sucia y ella sola abre el cajón reservado para sus cosas y elige algo para dormir.

Está resultando ser todo fantástico, y eso que el día empezó fatal.

Durante la cena está charlatana y sonriente, pero tanta energía acaba pasando factura y muy prontito los peques se van a dormir.

Cruzaremos los dedos para que mañana no llegue la tormenta después de la calma.

jueves, 29 de marzo de 2018

SEGUNDO DÍA EN FAMILIA

27 de marzo:

Esta mañana nos hemos despertado a las siete y cuarto, porque a las ocho habíamos quedado con la guía en el comedor. No nos fiamos mucho de la reacción de Y. durante el desayuno y no queremos arriesgarnos a montar ningún espectáculo.

Después de la experiencia de ayer, yo he decidido que me acercaré a ella lo justo. Necesita espacio para aceptarme y tiempo para asumir su nueva situación, así que hoy es un día tan bueno como cualquier otro para comenzar a darle las dos cosas. Por eso, me quedo en segundo plano mientras Marcos y D. sacan todo su encanto a relucir y consiguen que salgamos de la habitación sin incidentes.

Una vez en el comedor, con N. prestándonos toda su ayuda y experiencia, el desayuno transcurre sin problemas y llegamos al Registro Civil para formalizar la adopción. Pasamos más tiempo esperando nuestro turno que, de nuevo con las banderas de fondo, prometiendo cuidar de Y., brindarle todo nuestro amor y cariño y no haciendo distinciones entre nuestros, ahora sí, dos hijos. Tras esto, foto de familia y a la calle.

Como estamos muy cerca, dando un paseo llegamos al Lago Oeste, paraje espectacular donde los haya con más de tres kilómetros de agua dibujando el horizonte, montones de barquitas haciendo las delicias de los turistas y coquetas pagodas salpicando el paisaje. No faltan artistas locales que buscan unas monedas practicando escritura y pintura en el suelo, armados solo con un cubo de agua y un pincel de mango largo. Si alguna vez tuve una idea de lo que es el “arte efímero”, viéndolos trabajar me doy cuenta de lo certero que estuvo quien llegó a denominarlo así. Las notas de color vienen de la mano de señoras más o menos mayores que, ataviadas con trajes tradicionales y cargadas con infinidad de pañuelos de seda, hacen bailar a niños y mayores al son de la auténtica música china. Y como en esta cultura el sentido del ridículo no existe y lo que prima es dejar libre el espíritu, no falta quien, con absoluta concentración, permite a su alma volar en un canto a capella carente de todo pudor.

Y caminando entre sus gentes, nos damos cuenta de lo mucho que llamamos la atención pero, sobre todo, de lo exótico que resulta D. pues, en un momento, una mujer me pide permiso para sacarle una foto y, como si del anuncio de Donetes se tratase, salen cámaras por todas partes queriendo inmortalizar el paso de un niño negro por sus calles. D. que normalmente se muere de vergüenza en cuanto un desconocido le dirige más de dos palabras, en un instante se transforma y se siente como una estrella en estas tierras. Así que, luciendo su mejor sonrisa, posa para todos y hasta sostiene bebés, sin perder la paciencia. Un rato después y, aunque él parece contento al descubrir esta nueva faceta, la madre que hay en mí decide que ya está bien y, muy simpática yo y seguida del resto de la familia y N. comienzo a andar para alejar a los míos de la muchedumbre. Sin embargo, aquí nadie se rinde, no en vano son potencia mundial, así que, como el que no quiere la cosa, descubro que algunos acomodan sus pasos a los de D. y, disimuladamente, se retratan con él en un ir y venir de selfies. A él no le molesta y parece mucho más sencillo este método que el de posar y tener que ejercer de guardaespaldas. Total, ya nos dijeron que esto podía pasar…

Tras este derroche de simpatía, mi hijo necesita reponer fuerzas y, los demás, rehidratarnos, así que hacemos un alto en el camino y nos sentamos a tomar un refrigerio. Llega el momento de jugar y parece que para D. y Y. se ha abierto la veda: los hermanos hacen piña y empiezan a correr juntos, siguiendo los pasos de uno y de otra indistintamente. Al fin parece que Y. se relaja un poco… aunque no lo suficiente como para romper el hielo conmigo. No importa, solo llevamos veinticuatro horas juntas y tenemos toda la vida por delante.

Poco a poco, mientras disfrutamos de las risas de los peques, llegamos a un restaurante donde sirven el mejor pescado de la zona, según nos dice la guía. Y doy fe de que así es porque está todo buenísimo. Eso sí, agua caliente para beber… Nada mejor que mezclarse con la gente local para experimentar la cultura de un pueblo.

De nuevo en el hotel y tras un par de horas de siesta, Y. se despierta convencida de que toca marcharse al orfanato y muy decidida se viste, se pone el abrigo y se dirige a la puerta de la habitación. Marcos consigue convencerla y que, al menos, se quede cerca de nosotros, mientras D. y yo hacemos carreras con los cochecitos que se ha traído de casa. Un rato después, se une a nosotros y vuelve a hacer piña con D.

Aprovechado el buen humor que Y. parece tener en este momento, le hablamos de ir a la ducha y… nos encontramos con otro “no”. Pero, al final, Marcos consigue convencerla poniendo en marcha la táctica del “poco a poco”: cambiamos la ducha por un baño, le enseñamos cómo se va acumulando el agua en la bañera junto con la espuma, D. entra el primero y… Y. acepta el reto. Juegan en la bañera, se salpican, se ríen, se hablan y hasta accede a ponerse crema, imitando a su hermano. El momento es mágico y yo lo observo todo desde fuera, absolutamente feliz de ver cómo se va produciendo el cambio.

Tras la cena y la lectura de un cuento que Y. escucha con mucha atención, llega la hora de dormir.

Este intenso día ha terminado…

Buenas noches.

miércoles, 28 de marzo de 2018

UN DÍA JUNTOS

27 de marzo. Un día juntos...

Pero empecemos por el principio:

Ayer, a las siete y cuarto de la mañana, sonaba el despertador. ¡Llegó el gran día! Por fin, después de muchísimo tiempo, íbamos a convertirnos en familia de cuatro miembros.

Ducha rápida, desayuno ligero y corriendo al lobby del hotel, que N. nos espera para ir al Registro Civil. A las nueve y media nos veremos por primera vez.

N. ha reservado un taxi de siete plazas, para que podamos volver todos juntos, que ya está en la puerta del hotel, así que, con la emoción de compañera de viaje, ponemos rumbo al Gran encuentro.

Apenas veinte minutos después, y tras muchos cambios de sentido “legales” que en España hubieran puesto en alerta hasta a los GEOS, llegamos a un edificio de un par de plantas custodiado por dos policías. N., precediendo la marcha, nos guía hasta una sala presidida por una gran mesa en el centro; unas veinte sillas de piel en negro mate la rodean; al fondo, muchas banderas representan distintos países; adosadas a las dos paredes restantes, al menos quince sillas a cada lado donde una familia americana acaba de conocer a su nueva hija. Nos sentamos a continuación, a esperar la llegada de Y., que se va a retrasar un poco.

Para hacer tiempo, N. nos propone ir rellenando documentación. Sin embargo, cuando apenas he escrito un párrafo, N. dice: “Ya viene”. Es el momento. Todo se para. Me levanto de un salto y miro a la puerta esperando su entrada y, de pronto, cuatro mujeres sonrientes empujan a una tímida Y. que mira todo con expectación. Sin poder evitarlo, comienzo a llorar, soltando toda la tensión que he acumulado durante tantísimo tiempo.

Y, como en la adopción de D., el resto del tiempo que pasamos en el Registro Civil, lo guardo para nosotros.

Solo diré que Y. estaba muy nerviosa y asustada, y que con el único que congenió desde el primer segundo fue con su hermano.

Tras dos horas intentando una habituación a su nueva familia, intercambio de regalos, fotos y direcciones de correo, las cuidadoras de Y. y la directora del orfanato comienzan la despedida. Para ellas es duro también. Han sido siete años criando, educando y queriendo a la pequeña Y. Sin embargo, se comportan como auténticas campeonas, intentando que todo sea natural y divertido para ella. Mas es difícil que una separación de este tipo, para una niña pequeña, se convierta en un acontecimiento feliz…

Gracias a la intervención de N. todo es un poco más sencillo. La comunicación es un elemento imprescindible para que los vínculos se establezcan y, en nuestro caso, por más que lo intentamos nuestra pronunciación es tan terrible que nadie es capaz de entender lo que decimos. Pero N. está siempre ahí para echarnos una mano. Por ella es por quien come un poquito y por quien acepta echarse una siesta en nuestra habitación.

El despertar es más sencillo y, tras un momento de juego con las cositas que traemos, nos vamos los cinco en busca de un fotógrafo que nos saque una foto de familia, necesaria para acudir mañana al Registro Civil a formalizar los trámites de adopción.

De vuelta al hotel, realizamos unas compras sencillas: fruta, zumos y galletas para tener en la habitación y poder merendar estos días.

Y. está cansada y nosotros también. Así que una cena ligera después, a las ocho estamos todos durmiendo.

Mañana será otro día.

domingo, 25 de marzo de 2018

CUARTO Y ÚLTIMO DÍA EN SHANGHÁI ANTES DE CONOCERTE

Esta mañana nos hemos levantado pronto. A las diez. Aunque después de una larguísima noche en al que ninguno ha conseguido conciliar el sueño antes de las tres de la madrugada, nos ha costado la vida ponernos en pie. Pero hoy era el día en el que conoceríamos a nuestra guía y, además, debíamos dejar el hotel a las doce. 

Un desayuno ligero, cierre de maletas, check-out y a esperar a N. en el lobby del hotel. Casi una hora antes de lo acordado la hemos conocido. Se trata de una chica encantadora que habla un castellano casi perfecto. Muy correcta y amable, pide el taxi en la puerta del hotel y ponemos rumbo a la estación, desde donde un tren rápido nos llevará a Hangzhou, lugar donde mañana conoceremos a Y. 

Los nervios se notan en el ambiente y la impaciencia se hace presente de nuevo. 

Llegamos a nuestro hotel a las cinco de la tarde y, una vez más, nuestro horario de comida marca un ritmo propio y, tras hacer el ingreso y tener una habitación asignada, decidimos pedir una comida-merienda-cena y tomarnos nuestro tiempo para llenar el estómago. Estamos cansados, pero dudamos de poder dormir a la primera, así que mejor comer y echarnos a dormir. Total, cansancio no nos falta. 

¡Por cierto! En este hotel ya nos han preparado camas para los cuatro. Esta noche solo seremos tres pero mañana estaremos la familia al completo. 

Hemos quedado con N. a las nueve y cuarto. Quince minutos después llegaremos al Registro Civil y por fin, por fin, por fin, te daremos ese abrazo que tanto tiempo llevamos guardando.

Hasta mañana…

sábado, 24 de marzo de 2018

TERCER DÍA EN SHANGHÁI


Esta mañana nos hemos levantado un poco más pronto que ayer: a la una de la tarde. No somos capaces de coger el sueño debido al jet lag, pero esto es solo el principio, así que habrá que ir acostumbrándose. 

Después de desayunar hemos tomado la dirección contraria a la habitual para explorar otra parte de la ciudad. La verdad es que esto es tan grande que, por mucho que andemos, nunca nos alejamos tanto como creemos. Pasamos calles y calles y los mismos edificios altos nos acompañan. Al final hemos decidido quedarnos en otro de los muchos parques que aportan un poco de aire limpio a la gente de aquí. Ha resultado ser un parque de entrenamiento, con una zona libre para los perros. Aquí hay gente haciendo mil cosas distintas: desde practicar baloncesto, bádminton y gimnasia de mantenimiento, hasta timbas de algún juego de cartas repartidas en no menos de veinte mesas. 

Tras descansar un poco, nos pusimos en marcha de nuevo, buscando algún sitio para comer, teniendo en cuenta que casi eran las cinco de la tarde. Pero esta vez algo que nos sea más familiar porque mi estómago no aguanta más picante: un par de ensaladas completísimas y un fantástico risotto de setas.

De vuelta al hotel, el cansancio nos puede de nuevo, así que decidimos pasar lo que queda de tarde dejando que nuestros cuerpos recuperen un poco de energía y, a eso de las nueve salimos en busca de la cena. Un idílico restaurante en el interior del parque que visitamos ayer es el elegido. Se trata de una galería de arte donde sirven comida tailandesa. Sitio curioso donde los haya. ¡Fantástico y la mar de barato! Muy recomendable. 

Y, de nuevo, deseando poder acostarnos. Parece que esta noche estamos lo suficientemente cansados para que el sueño pueda con nosotros antes de lo esperado. ¿O no? 

Mañana lo sabremos

viernes, 23 de marzo de 2018

SEGUNDO DIA EN SHANGHÁI

Abro un ojo, he descansado fenomenal, miro el reloj: ¡las dos y media de la tarde! Hemos dormido doce horas del tirón. Tenemos energía de nuevo para salir a investigar esta inmensa ciudad. Así que, tras una ducha renovadora, vamos en busca del desayuno… o del almuerzo. 

Observamos todo lo que nos rodea a la luz del nuevo día, esa que hace tan diferentes las cosas si las comparamos con todo aquello que vimos la noche anterior. Hoy no hay luces, pero los coches se han multiplicado y nos damos cuenta de que, las motos y bicis, a pesar de tener carril propio, prefieren circular por la acera mientras esquivan un peatón tras otro con absoluta maestría. Al principio cunde un poco el pánico, pero al final decidimos dejarlas hacer y que sean los conductores quienes elijan el lado por el que nos adelantarán. 

Llegamos a un centro comercial en el que SOLO hay restaurantes. Tres plantas llenas para elegir. Nos quedamos con el primero. Nos sentamos, pero nadie nos hace ni caso. Son las cuatro de la tarde y no sabemos si se puede comer o no. Me levanto para acercarme a la barra y cuál es mi sorpresa cuando veo que el camarero está durmiendo. Así, tan feliz, sin remordimientos de ningún tipo. Claro, el hombre está cansado… Al final consigo que se despierte, nos toma nota y empiezan a salir platos. Todo muy rico y más a esas horas.

Continuamos nuestra visita y aparecemos en una calle muy comercial con los típicos rascacielos de Shanghái. Hablamos de edificios de cuarenta pisos el más bajo. Empieza a anochecer y las luces se encienden. Entonces, se hace realidad la típica imagen que todos tenemos de esta ciudad: enormes carteles luminosos cubriendo fachada tras fachada anunciando todo tipo de cosas. Pasemos, observamos absortos la ciudad y nos hacemos fotos aquí y allá. Pero, tras un rato, descubrimos que es demasiado ruido para nosotros, así que cruzamos a un parque donde el ruido, la luz y la contaminación en general dejan paso al sonido de las fuentes, los pájaros y la calma. Disfrutamos nuestro paseo nocturno, mientras nos cruzamos con gente haciendo gimnasia o acariciando los tropecientos gatos que salen a nuestro paso. En España, en los parques hay palomas; en Shanghái te cruzas con gatos. 

Hora de volver al hotel. Estamos cansados y con las retinas desbordando información, pero necesitamos cenar. Pasamos por un pequeño restaurante en el que no parecen abundar los extranjeros y nos lanzamos a la aventura. Según parece, pedimos pato, pollo y dumpins. Muy, muy rico, pero picante. Demasiado para mí. Me espera una noche de dolor de estómago seguro, pero no me importa. Me encanta experimentar cosas propias de cada país. Como siempre digo, la música, la comida y el idioma te dan muchísimas pistas sobre la cultura en la que te vas a sumergir. 

Eso sí, lo que más nos sorprende de todo es el agua: una tetera que contiene, obviamente, agua caliente. Y tan felices. En China se bebe así con las comidas. Por más que intentamos hacernos entender para que nos den una botella de agua fría o, al menos, del tiempo, no hay forma. Está bien, ¿no queríamos sumergirnos en su cultura? ¡Pues a beber agua caliente!

Ahora sí, con el estómago lleno, nos ponemos en camino. Llegamos al hotel. Son las once y media, hora de dormir. 

Mañana será otro día.

jueves, 22 de marzo de 2018

PRIMER DÍA EN SHANGHÁI


Hoy es el primer día que estamos en esta ciudad. Por lo que pudimos ver al llegar, decir que es enorme es quedarse corto. Aquí todo es a lo bestia: los coches, las luces, la tecnología… Pero empezaré por el principio. 

Salimos de Madrid con una hora de retraso. Así, tal cual. Una vez sentados en el avión nos comunican que tenemos que esperar a unos pasajeros que están en tránsito. Calculas que será poco tiempo, pero cuando ves que los minutos avanzan y no llega nadie, empiezas a preocuparte porque tienes que coger otro vuelo en Moscú. Pero bueno, lo que tenga que ser, será. 

Y así, 55 minutos después de la hora, el piloto anuncia, por fin, la salida de nuestro vuelo. 

Cinco horas después, aterrizamos en Moscú y nos toca correr para pasar el control de pasaportes y llegar hasta la puerta de embarque situada justo… en la otra punta del aeropuerto. Y solo tenemos veinte minutos para llegar. Lo conseguimos en quince, esquivando gente, maletas y bultos varios desperdigados aquí y allá. Cansados de correr, sudorosos por el esfuerzo y agotados por la falta de sueño, nos sentamos al fin en nuestros sitios. Son las siete de la mañana, hora local, dos horas menos en casa y, aunque queremos dormir, la luz que entra por las ventanas del avión hace la tarea imposible. Nos entretenemos como podemos durante el vuelo y, de pronto, cuatro horas más tarde se hace de noche de golpe y ahora sí, podemos dormir algo. 

Llegamos al aeropuerto de Shanghái a las once menos veinte de la noche, pero entre coger las maletas, buscar un taxi y llegar al hotel, nos encontramos haciendo el check-in a la una de la mañana. Decidimos salir a buscar algo de cenar y al final elegimos una tiendecilla de barrio donde pedimos algo que parecen salchichas y que, comiendo tan felices por la calle, nos saben a gloria.

Nuestra primera comida en China termina llegando al hotel de nuevo y lanzándonos a la cama a las dos y media de la mañana. 

Estamos muertos, remuertos. Toca descansar. Mañana será otro día.

miércoles, 21 de marzo de 2018

COMIENZA LA AVENTURA


Ahora sí que sí, empezamos el segundo viaje de nuestra vida.

Esta tarde, a las 18:30, salimos hacia Barajas, con el coche cargado de maletas y el corazón lleno de ilusión.

A las nueve de la noche, solo facturación, puesto que los asientos están reservados desde las 00:12 de hoy. Me quedé despierta (total, no podía dormir) para poder acceder a la web de la compañía AEROFLOT en cuanto abrieran el check-in online. Así que, por esta parte, todo listo.

Y, si todo va bien, a las once y media embarcamos rumbo a Moscú. Un par de horitas de escala y a las nueve de la mañana, hora local, solo nos separarán ocho horas de Shanghái.

Los nervios ya me pueden. Sé que, una vez en el avión, me relajaré, pero de momento es tarea imposible, así que ni siquiera voy a intentarlo. 

Y., ya queda menos para abrazarte.

lunes, 12 de marzo de 2018

TODO LISTO


A estas alturas ya se empieza a notar la tensión. Llevo ya unos días sin dormir, sin embargo, no me levanto cansada: es un insomnio que, por raro que parezca, llena de energía. Es cierto que, al final de la jornada, cuando me meto en la cama, el cansancio se hace notar. Pero parece que durante la noche, a pesar de no dormir, cargo las baterías y me levanto pensando en lo que queda por hacer que, dicho sea de paso, ya es casi nada. 

Las maletas están hechas: una grande con la ropa de los cuatro; otra mediana con zapatos y bolsas de aseo y una última, más pequeña, con algunos libros, medicinas y cosas extra que pudiéramos necesitar. Como equipaje de mano llevamos una maleta con ropa para los tres primeros días que pasaremos en Shanghái hasta que nos reunamos con nuestra guía y comience oficialmente nuestro viaje de adopción. También llevamos una mochila con algún libro y juegos para entretenernos en el avión. 

Lo único que nos falta es hacernos las fotos de carné que nos piden en China y comprar algunos detallitos para intercambiar con el personal del orfanato. 

Sin nada más que hacer, solo nos queda seguir esperando… sin desesperar.

domingo, 4 de marzo de 2018

PREPARANDO EL VIAJE, POR FIN


El día 22 de febrero fuimos a Madrid, a una reunión convocada por la ECAI con motivo de nuestro próximo viaje a China. Para entonces, aún no sabíamos la fecha y nos sorprendió la llamada. Pero intuyendo que ya tendrían noticias, estábamos esperanzados.

Y, efectivamente, mientras desayunábamos en una cafetería próxima, esperando que llegara la hora de la reunión, entré en el correo y allí estaba: la fecha del viaje. Del 24 de marzo al 7 de abril. 

Un mes más de espera, pero al menos ya teníamos respuesta. Sin embargo, nuestra alegría duró poco cuando vimos el presupuesto que nos presentaban: el doble de lo que pensábamos en un principio. Claro, cuando llegamos a la reunión y M. nos vio la cara, se lo explicamos. Y sí, pensaba lo mismo que nosotros, pero claro, debíamos tener en cuenta que viajábamos en plena Semana Santa y el precio de los vuelos se disparaba. De todas formas, quedamos en hablar con la directora de la ECAI al terminar la reunión para aclarar el desglose del viaje. 

En un principio, parecía que no había posibilidad de cambio pero, como hablando se entiende la gente, y viendo que los vuelos, tanto el de ida como el de vuelta, eran en sábado, yo estaba convencida de abaratar “muy mucho” el precio. Y si a eso le sumábamos que no necesitábamos jacuzzi en la habitación ni otros tantos artículos de lujo, aún se podía reducir el coste mucho más. Quedamos en que buscaría vuelos y hoteles alternativos y le haría llegar mi propuesta tan pronto la tuviera lista. 

Y así fue, tras una semana de buscar, enviar presupuestos, llamar a la agencia y a la ECAI, hemos conseguido un viaje, con cuatro noches más de hotel puesto que viajamos el día 22 y volvemos el 8 de abril, por un tercio de lo estipulado y muy parecido: hoteles de cuatro estrellas y vuelos de 15 horas de duración con escala incluida. 

Por lo tanto… ¡Ya estamos más cerca de nuestra peque! Ahora, a hacer listas con lo necesario y a preparar las maletas. Esta vez, con la experiencia de la adopción de D. a la espalda y teniendo muy claro qué llevar y qué no. 

Además, vamos a China. Cualquier cosa que necesitemos podemos encontrarla sin problema.

¡Allá vamos!