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sábado, 24 de marzo de 2018

TERCER DÍA EN SHANGHÁI


Esta mañana nos hemos levantado un poco más pronto que ayer: a la una de la tarde. No somos capaces de coger el sueño debido al jet lag, pero esto es solo el principio, así que habrá que ir acostumbrándose. 

Después de desayunar hemos tomado la dirección contraria a la habitual para explorar otra parte de la ciudad. La verdad es que esto es tan grande que, por mucho que andemos, nunca nos alejamos tanto como creemos. Pasamos calles y calles y los mismos edificios altos nos acompañan. Al final hemos decidido quedarnos en otro de los muchos parques que aportan un poco de aire limpio a la gente de aquí. Ha resultado ser un parque de entrenamiento, con una zona libre para los perros. Aquí hay gente haciendo mil cosas distintas: desde practicar baloncesto, bádminton y gimnasia de mantenimiento, hasta timbas de algún juego de cartas repartidas en no menos de veinte mesas. 

Tras descansar un poco, nos pusimos en marcha de nuevo, buscando algún sitio para comer, teniendo en cuenta que casi eran las cinco de la tarde. Pero esta vez algo que nos sea más familiar porque mi estómago no aguanta más picante: un par de ensaladas completísimas y un fantástico risotto de setas.

De vuelta al hotel, el cansancio nos puede de nuevo, así que decidimos pasar lo que queda de tarde dejando que nuestros cuerpos recuperen un poco de energía y, a eso de las nueve salimos en busca de la cena. Un idílico restaurante en el interior del parque que visitamos ayer es el elegido. Se trata de una galería de arte donde sirven comida tailandesa. Sitio curioso donde los haya. ¡Fantástico y la mar de barato! Muy recomendable. 

Y, de nuevo, deseando poder acostarnos. Parece que esta noche estamos lo suficientemente cansados para que el sueño pueda con nosotros antes de lo esperado. ¿O no? 

Mañana lo sabremos

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