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lunes, 16 de abril de 2018

PRIMERA VISITA AL CONSULADO DE ESPAÑA


3 de abril


Por fin ha llegado el momento en el que vamos a tramitar el visado de Y. A las diez de la mañana nos hemos encontrado con N. en el lobby del hotel y hemos alquilado una minivan para llegar al Consulado, que está a tan solo seis kilómetros de nuestro hotel. Al llegar, N. nos ha contado que el edificio el edificio es el segundo más alto de Shanghái y que las oficinas españolas se encuentran en el piso 12.

Tras el control de pasaportes y tomar el ascensor, encontramos a la entrada un fantástico póster con la imagen de las míticas Casas colgadas de Cuenca. Nos resulta tan curiosa esta coincidencia, que pedimos a Y. que pose junto al cartel para inmortalizar la estampa.

Al momento, aparece el secretario y nos lleva a una sala aparte, donde nos pide la documentación necesaria para tramitar el visado y nos cita para el viernes, a las doce. Tras una pequeña conversación con el cónsul español y después de felicitarnos por nuestra nueva hija, salimos de allí derechos a hacernos algunas fotos en los edificios más altos de la ciudad. La verdad es que esta zona es impresionante, todo es a lo grande y, a pesar de esto, no agobia ni un poquito. El ritmo es tranquilo, es aire está más limpio de lo que uno puede imaginar, apenas hay ruido teniendo en cuenta los 24 millones de habitantes y el caos brilla por su ausencia. Después de todo, estamos en una de las ciudades más grandes del mundo y nadie lo diría.

Hoy hace calor, así que buscamos una cafetería para comprar algo de beber y refrescarnos y después decidimos volver al hotel. Estamos muy cansados de la jornada de ayer y necesitamos parar un poco el ritmo. Pero antes paramos en un centro comercial porque tenemos que comprar un par de maletas. Una de las que trajimos se ha roto y la otra está a punto de hacerlo, así que aprovechamos la diferencia de precio con España y conseguimos dos maletas grandes por algo más de 50 euros.

Una vez en el hotel y después de comer, nos quedamos en la habitación haciendo puzles, jugando con las construcciones y hablando por Skype con la familia. Todo muy tranquilo después de tanto jaleo.

Mañana ya veremos qué hacer, según nos levantemos.

Ya queda poquito para volver a casa.

sábado, 7 de abril de 2018

UN DÍA EN DISNEY SHANGHÁI

2 de abril

Pues tal y como habíamos planeado, hoy tocaba madrugar para llegar prontito al parque… Pero no lo hemos conseguido.

Lo hemos intentado, de verdad, pero ha sido imposible. A última hora nos hemos dado cuenta de que no habíamos sacado las entradas. Sí, preguntaréis cómo es posible que no tuviéramos claro esto, pero nos ha pasado. En serio. Todo planeado, todo calculado al milímetro y lo más importante se nos olvidó. Así somos nosotros.

Total, a las nueve y pico de la mañana estábamos en la habitación peleándonos con internet y, como la Ley de Murphy existe por algo, justo cuando se iba a hacer efectivo el cargo en la cuenta, la conexión ha fallado… Vuelta a empezar. Los peques ya no sabían qué hacer para entretenerse, Marcos preguntándose cómo podemos ser tan gansos (así, expresión literal) y yo a punto de estallar. Pero al final lo conseguimos: a las diez ya estábamos montados en el taxi. Eso sí, a esperar con paciencia porque, un lunes, a las diez de la mañana en Shanghái el atasco es tal que no se puede calcular la hora de llegada.

Casi una hora después y con Y. dormida en el asiento trasero y D. y yo a puntito también, llegábamos al parque Disney.

No me voy a entretener en contar en qué montamos, qué vimos, cuánta gente había por metro cuadrado o cualquier otra cosa de este tipo porque es fácil imaginarlo. Pero sí diré que las caras de sorpresa de los peques y de los no tan peques eran dignas de ver.

Es cierto que es un parque mágico, pero no por lo espectacular de la decoración o lo maravilloso de los detalles a cada paso que uno da. No. Es mágico por ver a tantos niños y niñas vestidos como sus personajes favoritos, poseídos por un día por su espíritu, creyendo ser realmente aquellos; por lo mucho que los niños pueden sorprenderse con el saludo de la princesa de turno o el héroe del momento, desde una carroza que recrea al milímetro escenarios de una peli; por la música que llena cada rincón del parque y que es coreada a voz en grito por un montón de niños que nada tienen que ver entre ellos; por las caras de mis peques que no pueden creerse estar por fin paseando por su mundo de fantasía.

Hoy no hay lugar para la tensión ni para las preocupaciones. Hoy toca ser una niña sin miedos y asombrarse en cada esquina. Hoy no se puede pensar en quién me lleva de la mano o en quién se sienta a mi lado. Hoy, por una vez, Y. ha disfrutado de cada instante sin caer en la cuenta de que con ella solo estábamos sus padres y su hermano. Y gracias a esta magia creada por algo tan comercial como Disney Y. ha querido que comiera de su hamburguesa, que las dos fuéramos pareja destruyendo al eterno enemigo de Buzz Lightyear, que condujéramos juntas un magnífico bólido tuneado hasta llegar terceras a meta o incluso que la ayudara a conducir una moto virtual. Y, de colofón, el espectáculo de cierre en el lago, proyectado en el famoso castillo, e inmortalizado con el móvil de mamá.

Nuestra relación ya ha encontrado su camino hacia adelante, ahora solo queda explorar las piedras del sendero y decidir por qué lado las sortearemos.

viernes, 6 de abril de 2018

EXPLORANDO LA CONFIANZA


1 de abril

Hoy hemos dormido un poquito más de lo habitual. Se nos va notando el cansancio, aunque ya vamos descubriendo que Y. solo se levanta “rápido” si D. se vuelve loco a hacerle cosquillas o, incluso, a quitarle las sábanas. Como parece que se ha despertado animada, hemos aprovechado para instalar la rutina de la ducha nada más levantarnos, que también viene muy bien para cargar pilas.

Últimamente, cada vez que alguno hace alguna pifia, los demás decimos: “Ay, Fulanito…” y Y. se lo ha aprendido a la perfección. Del mismo modo, nos llama a los demás cuando tiene ganas de juerga. Y hoy, según nos hemos ido despertando, hemos ido entrando en la bañera… pero sin esperar a que el anterior saliera. De tal manera que al final estábamos tres en la ducha. Resultado: otro ratito de juerga a base de llamarnos unos a otros con distintas entonaciones.

Buen comienzo.

Pero con tanta risa, hemos aparecido en el comedor quince minutos antes de que cerraran, así que el desayuno ha sido rápido. Vuelta a la habitación a lavarnos los dientes y decidir destino y, cuando nos hemos querido dar cuenta, eran casi las once y media de la mañana. Como se nos ha hecho tan tarde y tampoco queríamos ir muy lejos, hemos decidido visitar el parque Zhong Shan. Es una zona verde inmensa, donde las familias van a pasar el día, te encuentras con gente haciendo deporte, abuelos cuidando de los nietos y hasta compañeros de trabajo con los hijos improvisando una merienda muy campestre. Pero lo que de verdad impresiona es la cantidad de gente que se reúne para volar cometas. Hoy sopla un poquito de viento y parece que el día es idóneo para esta actividad. Así que, nos ponemos en marcha. Solo un kilómetro y medio nos separa y lo recorremos entre risas y pequeñas carreras para escapar de las cosquillas que nos hacemos unos a otros. Y. está ya totalmente habituada a mí, así que también jugamos entre nosotras dos. El día pinta bien.

Al llegar a la entrada del parque, vemos varios puestecillos donde venden algodón dulce, zumo de bambú y juguetes varios para disfrutar en el parque. Nos hacemos con un frisbee y vamos en busca de una sombra. Tarea imposible. Hoy el calor aprieta y todos tenemos el mismo objetivo. Al final, tras comprar alguna bebida y avanzar un buen trecho, encontramos una gran explanada cubierta de césped ideal para nuestro juego. La sombra que encontramos no es muy grande, pero resulta suficiente para huir un poquito del calor.

Y., D. y Marcos juegan un rato. He podido ayudar a Y. a lanzar el plato y no hemos tenido ningún problema así que, una vez dominada la técnica, me siento a observar y hago un montón de fotos. Justo a nuestra derecha, un grupo formado por cubanos, italianos, hindúes y alguna otra nacionalidad que no he podido averiguar, comienza a sacar varios recipientes con comida pero los integrantes más pequeños encuentran nuestro frisbee mucho más interesante. Se acercan a observar y le piden a D. por gestos que les deje el juguete. Enseguida viene una de las madres a disculparse y aprovecha para decirme que se han fijado en nuestra familia y les encanta. Y no es para menos. En un mundo en el que el racismo y la xenofobia parecen querer hacerse un hueco de nuevo, me siento orgullosa de formar parte de este cuarteto en el que cada uno de nosotros tenemos rasgos absolutamente opuestos. Enseñar a mis hijos desde el respeto, la tolerancia y la multiculturalidad tanto en la teoría como en la práctica y, mostrar a los demás con nuestra presencia que hoy más que nunca otro mundo es posible, hace que renazca mi esperanza de un futuro mejor.

Pero volviendo a nosotros, hemos descubierto que un poco más allá de donde nos encontramos, el parque esconde unas cuantas atracciones ideales para los más pequeños, así que nos lanzamos a descubrirlas. Según avanzamos Marcos y yo localizamos la que, sin duda alguna, será la favorita de D. y, por tanto, la primera en ser probada. Y no nos equivocamos. Seis máquinas excavadoras colocadas en torno a un foso lleno de arena llaman la atención de nuestro hijo en un suspiro. Sin dudarlo nos mira con los ojos brillantes de emoción y una pregunta que es respondida antes de ser formulada.

Cinco minutos en los que Y. y D. comparten máquina se convierten en los favoritos del hermano mayor. Con la memoria que tiene, recordará mil cosas de este día pero, sin duda, habrá un momento que se quedará para siempre en su cabeza.

Después llegarán los coches de choque, a pesar de mi profundo disgusto por ello, y la que será mi preferida: una cabina para dos que recorre una gran extensión de este parque sobre unos raíles situados a tres metros y poco del suelo, con tranquilidad, disfrutando de las vistas, sin golpes bruscos ni sustos y, lo mejor, con Y. de compañera de viaje. Marcos y yo hemos pensado que una actividad como esta puede ser lo que nos haga falta para terminar de romper el hielo entre nosotras. Y así ha sido: cinco minutos relajadas, viendo a los chicos por delante de nosotras, saludándonos mutuamente y comentando todo con la mirada.

La mañana ha resultado muy positiva, pero hace demasiado calor y va siendo hora de volver y comer. Nos decidimos por un restaurante a un minuto del hotel en el que encontramos una carta bastante variada. De hecho, pocas cosas son la típica comida china que lleva diez días alimentándonos, y eso es lo que nos termina de decidir. No tenemos nada en contra, que quede claro, pero no estamos acostumbrados a ella y después de tantos días nos apetece algo más parecido a lo que tenemos en casa. Resulta un acierto, aunque algo más caro de lo habitual… Bueno, una cosa por otra.

Es hora de descansar, Y. pierde energía a estas horas y solo la recupera tras una buena siesta y, dos horas después, estamos sentados en la terraza de una heladería. Justo detrás de nosotros, una pareja con un perro pequeño nos hace ver que Y. les tiene miedo y, claro, nos echamos las manos a la cabeza. Tendremos que hacer la presentación de nuestra perra con mucha paciencia. Kyra está un poco mayor, pero distingue perfectamente a los “cachorros humanos” y es muy paciente con ellos, pero tenemos que tener cuidado con las reacciones de Y.

Como mañana toca madrugar para ir a Disney, tras una vuelta para curiosear en el centro comercial que tenemos al lado, volvemos a la habitación a hacer Skype con la familia y a las ocho y media estamos cenando en el restaurante japonés que hay en la cuarta planta del hotel. Resulta imposible entendernos, pero Y. no tiene problemas para señalarle a la camarera todos los platos que tienen gambas. Le encantan y no quiere desaprovechar la oportunidad de pedirlas. Menos mal que la buena señora le sonríe encantada pero nos pregunta antes con la mirada.

Finalmente, tras una abundante cena en la que todo está buenísimo y Y. se suelta la melena un poco más conmigo, damos por terminada la jornada.

A descansar, que mañana el día se presenta mágico.

jueves, 5 de abril de 2018

DE NUEVO EN SHANGHÁI

31 de marzo

Hoy hemos abandonado Hangzhou definitivamente. Aquí ya hemos terminado con la documentación que compete al gobierno chino y ahora nos toca tramitarla con el Consulado español. Debemos solicitar el visado de Y. para que pueda entrar en España y esto ha de hacerse en Shanghái.

Así que esta mañana nos hemos levantado sin prisa, hemos desayunado y hemos cerrado las maletas y todo esto sin un solo contratiempo. Y. está muy receptiva a todo aunque, eso sí, sus veinte minutos para ponerse en marcha según se despierta siguen siendo sagrados.

A las once estábamos haciendo el check-out cuando N. se ha reunido con nosotros. Y, por fin, todos preparados, hemos subido en el taxi de siete plazas rumbo a la estación de tren. Esta vez Y. y yo nos hemos sentado en la parte trasera del coche, Marcos y D. en el medio y N. delante, de copiloto. El trayecto, que ha durado unos cuarenta minutos, ha sido muy tranquilo. Y. y yo hemos ido de la mano todo el rato y en ningún momento ha mostrado rechazo. Eso sí, sin hablar, porque hay ocasiones en las que un gesto vale más que mil palabras.

Tras pasar por el control de equipajes y localizar la vía de nuestro tren, nos hemos sentado a esperar. Esta vez Y. se ha sentado al lado de N. y le ha preguntado qué hacíamos allí. Cuando ella le ha contado que iríamos a Shanghái a preparar el viaje a España, se ha mostrado tranquila. Ha llegado el momento en el que debe empezar a asumir la realidad de nuestra presencia en China y parece que vamos por el camino correcto.

Una vez en nuestros asientos, ha insistido en sentarse con D. y, aunque los dos han viajado los cincuenta minutos escuchando cuentos (el día que la vimos por primera vez, le regaló a D. un dispositivo con 612 cuentos y canciones infantiles chinas que, por lo que vimos después, es igual al que tiene ella y con el que pasa el rato tan feliz) y música, Y. iba tan feliz.

El traslado hasta el hotel ha sido un poco más caótico, porque en esta ciudad el tráfico es más intenso y a la una y media de la tarde los 40 kilómetros se han convertido en algo más de una hora de trayecto. Pero, una vez instalados en la habitación, parece que los ánimos suben. Con muchísima hambre, hemos cruzado al centro comercial que queda en la acera opuesta y hemos entrado en el primer restaurante que estaba abierto. Era un “hot pot”, muy de moda últimamente por aquí según nos ha dicho N.; resulta que pides la comida y te la haces tú mismo en la mesa. Lo curioso de esto no es el “cocine usted mismo” sino que por primera vez hemos sido capaces de pedir algo de comer que no lleve picante. Hasta ahora, por mucho que lo hemos intentado, al final acabábamos metiendo la pata y llevándonos una sorpresa, porque en Hangzhou, a pesar de ser una ciudad con millones de turistas al año, es muy difícil encontrar a alguien que hable inglés, sin embargo, en Shanghái no tenemos este problema.

De vuelta en la habitación, y a pesar del cansancio, nadie ha querido echarse la siesta, así que nos hemos puesto a deshacer las maletas y soltar tensiones… haciendo volteretas encima de la cama. Esto es algo que encanta a los niños y, aunque en casa no se puede hacer, de vez en cuando hay que hacer excepciones. ¡Y se lo han pasado en grande!

Tras una llamada al orfanato y una cena ligera en la habitación, nos iremos a dormir. Por hoy no tenemos intención de hacer mucho más.

A ver qué tal se nos dan estos últimos días aquí antes de volver a casa…

martes, 3 de abril de 2018

DESPACITO Y CON BUENA LETRA


30 de marzo

La excursión que teníamos prevista para hoy era el Templo budista de Lingyin. Desde que llegamos a esta ciudad, tuvimos claro que queríamos visitarlo, pero sabíamos que tendría que ser un día en el que no nos importara el tiempo invertido. Pues bien, hoy viernes era el momento. Mañana nos iremos a Shaghái, así que no nos quedaba ya nada más por hacer aquí, salvo conocer nuevas zonas.

En esta ocasión, hemos ido a la aventura, sin guía, pero también sin problemas. La verdad es que si uno es lanzado y tiene recursos, moverse por aquí es muy sencillo. Los taxis son muy baratos y hay muchísimos. Lo único que se debe tener en cuenta es que casi ningún conductor habla inglés, con lo cual es aconsejable tener escrito en chino el lugar al que se quiere ir.

Pero empezaré por el principio.

Hoy Y. se ha despertado bien… pero necesitada de sus veinte minutos para ponerse en marcha. Con la energía de D. “pronto” se ha levantado de la cama. Una ducha para terminar de espabilarnos, ninguna pega ya con la ropa y, después de la llamada de rigor a sus cuidadoras del orfanato, hemos bajado a desayunar.

No sé si porque le parece más llamativo o porque al final los peques, quieran o no, acaban imitando al que tienen al lado, es caso es que Y. ha dejado los desayunos habituales por estas tierras (sopas, noodles, arroz… cosas contundentes para empezar el día) y ha empezado a comer fruta, como hacemos nosotros tres. Va tan feliz por el comedor con su plato y lo llena de trozos de sandía, que le encanta. Pide a D. o a papá un vaso de zumo y, con palillos por supuesto, se lía a comer y no levanta la cabeza hasta que ha terminado. De vez en cuando y, dependiendo del hambre que tenga, un huevo cocido completa el desayuno. Si le ofrecemos algo nuevo, no tiene ningún reparo en probarlo, incluso si quien lo hace soy yo. Así que podemos decir que seguimos progresando adecuadamente.

Casi media hora más tarde, pedimos un taxi y le mostramos el nombre del templo que queremos visitar. Marcos va delante y detrás nos situamos Y., D. y yo, por este orden. Durante el trayecto sigo con mis acercamientos muy sutilmente, porque se trata de que se habitúe poco a poco a mí y de que comprenda que mamá no trata de sustituir a nadie; solo pretende hacerse un hueco propio en su corazón. Y parece que esta táctica funciona porque hoy no se ha retirado ni una sola vez. También es cierto que nuestro conductor más parecía un protagonista de la saga Fast and Furious que un amable taxista de Hangzhou y claro, los frenazos y adelantamientos por donde al buen hombre le apetecía han hecho que la confianza en esa señora que a cada segundo pone el brazo por delante de Y. para evitar que salga despedida (a pesar de llevar el cinturón de seguridad) crezca por momentos.

Visto así no sé si debo estarle agradecida por llegar con el estómago bailando el conocido Kalinka, kalinka, kalinka maiá…


El caso es que tanto la peque como yo hemos bajado del taxi besando el suelo y más blancas que los huevos que desayuna Y. y, claro, las indisposiciones unen mucho, así que nos hemos mirado con nuevos ojos y un par de tragos de coca-cola después, la confianza seguía ahí. No queriendo perderla por el maravilloso jardín que rodea el templo, hemos disfrutado mientras descubríamos algunas de las tropecientas tallas budistas, de las 470 que hay repartidas por toda la colina que ocupa el templo. A veces nos adentrábamos en las pequeñas cuevas que íbamos descubriendo y, en la semioscuridad, Y. me daba la mano, temiendo irse al suelo en cualquier instante. Durante estos breves momentos, todo transcurre de forma fluida, incluso se acerca conmigo para admirar inscripciones hechas en la piedra o asomarnos por más de un hueco. Eso sí, al volver a gozar de la luz del sol, Y. es independiente de nuevo y me suelta corriendo. Pero las semillas ya están plantadas. Solo debo ser paciente y esperar tranquila hasta que germinen…

Un montón de fotos después, el alma libre de D. nos pide a gritos trepar por la ladera y explorar las maravillas que este paraje nos quiere ofrecer. Imposible decir que no a la llamada que hay en sus ojos y, cámara en mano, se dedica a inmortalizar cada ser que encuentra a su paso, cada flor que capta su atención… y más de quince selfies que he descubierto después. En fin, como decía, un alma libre…

Más de una hora llevamos respirando la paz de este lugar y toca descubrir el templo. Eso sí, hay que reponer fuerzas y nos acercamos a un puestecillo con la esperanza de encontrar algo de comer. ¡Bingo! No sé lo que es pero huele de maravilla… Una especie de torta rellena de algo dulce me sabe a Gloria… y nunca mejor dicho. Nadie más quiere unirse a mi aventura de descubrir la gastronomía local, hasta que ven que, tras unos cuantos bocados, sigo teniendo el mismo aspecto que antes. Entonces sí, entonces todos quieren probar a pesar de haberse conformado con una simple botella de agua. Los peques llevan también un silbato que imita el sonido de los pájaros según sea uno más o menos diestro en su uso. Esto es ya el súmmun de la felicidad para D. que, ahora sí que sí, se siente en plena libertad.

Cuando por fin podemos acceder al interior, una señora nos ofrece tres barritas de incienso a cada uno y, sin saber muy bien qué hacer con ellas, le damos las gracias mientras las aceptamos y seguimos el tropel del gente que se dispone a encenderlas en una pequeña pira situada a pocos pasos de donde nos encontramos. Al parecer, consideran la fragancia del incienso como el vehículo que puede llevar las buenas intenciones, los buenos pensamientos y acciones a los cielos, permitiendo que se esparzan en beneficio de todos los seres. Se trataría, pues, de una forma de vincular lo humano con lo sagrado. Así que, con todo el respeto que merecen las creencias de cada cual, observamos y aprendemos, procurando no molestar mientras avanzamos entre tanta gente.

Para quien no sepa en qué consiste este maravilloso templo, baste decir que el lugar, erigido por primera vez en el año 326, derruido y levantado otras 16 veces más, debe ser visitado con calma, aprovechando para descansar entre tramo y tramo mientras se descubren nuevos rincones o se admiran las fantásticas vistas que, a cada nueva ascensión, parecen mostrarse en todos los puntos donde fijamos el ojo. Cada uno de los cuatro grandes pabellones es digno de ver en su totalidad, a pesar de que, a simple vista pueden resultar repetitivos. Sin embargo, quien esté dispuesto a dejarse llevar, descubrirá sorprendentes detalles… Y sí, hoy en día aún vive aquí una pequeña comunidad de monjes budistas que nada tiene que ver con los más de 3000 que en su momento poblaban el templo.

El caso es que, unas cuatro horas después de llegar, es el momento de deshacer el camino andado, pero primero las señoritas debemos ir al baño y, con sinceridad, estos minutos también se cuentan entre los que unen, por lo tanto, no debo perder la oportunidad de hacer piña con mi princesa y, a pesar de tras cada una de las ocho puertas que hay en el baño solo descubro letrinas, acepto el reto y cruzo los dedos para no provocar un desastre con mi inexperiencia en este punto. Y al salir, me reúno satisfecha con mi familia, no sé si tan solo por haber avanzado algo más en mi relación con Y. o si haber conseguido salir indemne de esta pequeña aventura en los aseos tiene algo que ver…

Llega la hora de comer, todo está lleno de gente y este momento es tan bueno como cualquier otro para introducir a Y. en el mundo de la pizza. ¿Qué? Buscamos un lugar que sea rápido, que no nos exija exprimir al máximo nuestra capacidad imaginativa cuando se trata de descifrar un menú en chino y, sobre todo, que abra las fronteras gastronómicas de la peque. Y da resultado, porque le ha encantado. Eso sí, con el tamaño tan pequeño que tiene su estómago, una porción es más que suficiente. Este punto tenemos que trabajarlo, pero ya lo dejamos para otra ocasión. Ahora toca el café de mamá y encontrar un taxi que nos lleve de vuelta al hotel. La visita ha sido corta pero intensa y este calor, con el que no contábamos, agota a cualquiera.

La idea es que los peques duerman un poco, que descansen de la paliza de hoy, y después queremos salir a recorrer estas calles por última vez, comprar alguna curiosidad, cenar fuera y volver. Mañana tenemos que viajar a Shanghái y aún tenemos que hacer la maleta. Sin embargo, hoy nadie ha dormido después de comer. Y. sigue mejorando y ha decidido que no dormía… y D. tampoco, así que se han echado unas risas “en silencio”, mientras Marcos y yo fingíamos no enterarnos de nada, y disfrutábamos de esta nueva complicidad entre ellos.

Un rato después, estamos de nuevo en la calle buscando regalitos para la familia, pero las luces de un parque a lo lejos, un inmenso canal por donde barcos de mercancías hacen sus rutas y grupos de gente bailando tranquilas coreografías llaman nuestra atención, así que desechamos las compras y disfrutamos, una vez más, de las gratas sorpresas que esta ciudad guarda en cada rincón.

Para cenar, encontramos un llamativo restaurante que parece ser una marisquería. Nadie habla inglés así que nos dejamos llevar por las fotos y…. nos llevamos la sorpresa del siglo. Decir que pica sería quedarme mucho más que corta. Casi imposible para Marcos y D. comer, con lo que Y. y yo ni siquiera lo intentamos. Y, de nuevo, juntas en la adversidad, hacemos fuerte nuestra relación. Nos miramos y nos entendemos a la perfección. Una sopa de pescado después pedida casi por gestos y guiándome por el poco inglés que uno de los cocineros chapurrea, salimos a la calle deseando, esta vez sí, dormir y descansar.

Shanghái nos espera de nuevo. Último tramo para obtener toda la documentación de Y. Allá vamos.

domingo, 1 de abril de 2018

EL NÚMERO 4

29 de marzo

En la cultura china, este número simboliza la mala suerte, lo desafortunado, lo malo… Es un número que se evita porque se pronuncia igual que la palabra “muerte”. Sin embargo, para nosotros el cuarto día juntos ha sido cualquier cosa menos malo.

Tras acabar la noche ayer consiguiendo que todos nos pusiéramos los pijamas rojos (todos igualitos) que nos trajeron los Reyes y marcharnos a la cama con la sensación de haber dado un gran paso como familia, hoy hemos empezado bien, sin incidentes. Y. ha tardado lo acostumbrado en levantarse de la cama, pero no ha puesto ninguna pega a la hora de vestirse. Así que, después de una llamada vía WeChat a la directora del orfanato y una muy alegre conversación con ella, hemos bajado a desayunar. Ha sido un ratito tranquilo, en el que Y. ha cogido su habitual bol de frutas y, además, ha decidido copiar a D. y beber un vaso de té frío.

Los planes para hoy consistían en visitar la Pagoda de las Seis Harmonías, a una media hora escasa del hotel (sin contar con el posible tráfico de esta ciudad), pero primero necesitábamos ir con N. al banco para hacer un donativo al orfanato de Y. Cuando nos hemos querido poner en marcha eran cerca de las doce del medio día, por lo que el tráfico a esas horas era muy intenso y el trayecto hasta la Pagoda ha durado un poco más de normal pero, una vez allí, y a pesar del elevado número de turistas que hemos tenido la misma idea hoy, el día ha merecido la pena.

La pagoda está situada en las inmediaciones del Lago Oeste, por lo que solo el viaje hasta aquí ya merece la pena. Nada más llegar, una escalera de importante longitud (vamos a decirlo sutilmente) recibe a los visitantes enviando un subliminal mensaje de todo lo que tendremos que subir si queremos llegar al último piso de este impresionante edificio de sesenta metros de altura que, aunque desde fuera asusta con sus trece pisos, por dentro “solo” tiene siete.

Foto a los pies de este antiguo faro, construido en el año 970 y que formaba parte de un conjunto monástico, cuya principal función era orientar a las embarcaciones que surcaban el Qiantang, y empezamos a subir escaleras. Con mi más que modesto metro y medio de estatura, lograr avanzar escalón tras escalón cuando tengo que levantar el pie casi a la altura de la rodilla para ascender, me parece un auténtico logro que los peques suban como si nada. Pero el esfuerzo merece la pena. En el techo de cada piso se pueden admirar las figuras pintadas o talladas de animales, aves, flores, pájaros y distintos personajes de la mitología. Auténticas obras de arte.

Hemos pasado un gran rato disfrutando de esta maravilla arquitectónica y de las fantásticas vistas desde el séptimo piso, pero ahora toca bajar y pasear por el increíble jardín que la rodea. Si yo creía que la subida era difícil, descender es casi una misión imposible con la envergadura de estos escalones. Pero agarrada al pasamanos, sin prisa y con paciencia, consigo llegar hasta la salida (la última del grupo, eso sí, pero llego sana y salva).

Como en todas las zonas verdes en esta ciudad, los jardines que rodean la pagoda desprenden un aura de tranquilidad que enseguida consigue abstraerte del ruido de coches, motos y autobuses que conforman el caótico tráfico de Hangzhou. Montones de especies de flores impregnan el ambiente de sutiles aromas, estatuas de piedra representando animales sagrados y fieros guerreros vigilan cada paso que das, caminos de piedra que serpentean entre frondosos árboles llevan tu destino hasta la escalera de salida. Y así, sin ser consciente, todos tus nervios y tensiones han ido abandonándote y te encuentras renovado de fuerza y energía…

Creyente, supersticioso, místico o todo lo contrario, lo cierto es que estos lugares sacan lo mejor de uno mismo.

Será por esto que Y. está cada vez más receptiva a nosotros tres. La relación con su hermano está absolutamente consolidada y se ha convertido en su sombra. La complicidad va creciendo entre ellos y allá donde Marcos y yo no llegamos, D., con su recién descubierto poder que todo hermano mayor posee, consigue entrar y convencer a Y. de cualquier cosa. La figura del padre comienza a ser real para ella y lo llama cada vez que necesita la ayuda de un adulto, cede a su autoridad sin protestar y se deja arrastrar cuando llega el momento de jugar.

Si bien con mamá Y. sigue teniendo reservas, ya no rechaza mis caricias y los sutiles cuidados que le voy prodigando. Incluso en algún momento esta tarde ha permitido mis cosquillas.

Las llamadas por Skype para conocer a la familia también las lleva muy bien. No quisimos hacerlas desde el primer día, como ocurrió con D., porque intuimos que no estaba preparada, pero ayer empezamos con las presentaciones y hemos visto que la aceptación ha sido muy buena.

Mañana queremos visitar el Templo Lingyin, uno de los templos budistas más antiguos de China. Así que toca irse a dormir que tendremos que madrugar.

Con la sensación de que el número 4 es un poco menos malo, nos deseamos buenas noches y felices sueños, sabiendo que nuestro camino tan solo acaba de empezar.

sábado, 31 de marzo de 2018

TERCER DÍA JUNTOS Y POR FIN SALE EL SOL

28 de marzo:

Esta mañana no hemos empezado con buen pie. Después de dos días con la misma ropa y sudando la gota gorda por el calor que hace, no podíamos permitir que Y. siguiera empeñada en vestir lo mismo que el lunes y el martes. Lo hemos intentado de todas las formas posibles pero no ha habido manera. Se ponía a llorar con una pena inmensa y se abstraía de todo. Al final nos hemos puesto como meta que al menos se cambiara los calcetines y la camiseta, pero esto también se presentaba como algo imposible de alcanzar.

Tras una hora de idear estrategias y que todas fracasaran, he optado por tirar por la calle de en medio: he pedido a Marcos y D. que se fueran a desayunar y ver qué reacción tenía Y. al quedarse conmigo a solas. Tal y como sospechaba, le han entrado los siete males al darse cuenta de que se quedaba con el “ogro” y cuando me ha preguntado con la mirada, le he dicho lo obvio: “Si quieres que nosotras también vayamos, tienes que ponerte ropa limpia”. Ha salido corriendo al baño a lavarse la cara y las manos y me ha pedido que la ayudara a vestirse. Eso sí, llorando en silencio y partiéndome el alma sin saberlo. Después me ha pedido hablar con sus cuidadoras, y al decirle yo que dejara de llorar , se ha secado las lágrimas del tirón y entonces sí, ha estado cinco minutitos hablando con ellas y luego se ha quedado tan feliz. Hasta me ha dado la mano para bajar al comedor. No sé si se ha dado cuenta de que no soy tan mala o si lo único que quería era ver a Marcos y a D. lo antes posible.

Al llegar a la planta sexta, donde sirven el desayuno, pensaba que se iba a soltar de mi mano, pero no ha puesto pegas al acompañarme a elegir lo que quería de comer.

Después de llenar el estómago y de lavarnos los dientes en la habitación, teníamos el día libre. Así que hemos pensado que sería una buena idea visitar alguno de los parques que se reparten a lo largo y ancho de esta inmensa ciudad, para que dejaran salir energía.

Esta vez N. tenía que encargarse de recoger toda la documentación en el Registro Civil, así que sería nuestro primer día solos por las calles de Hangzhu y, la verdad, no fue tan mal.

Con el calor que ha hecho hoy y todo el rato que hemos estado andando y jugando, lo único que queríamos era sentarnos a comer cualquier cosa y volver al hotel para echarnos una buena siesta. No sé cómo lo hacemos, pero somos incapaces de pedir algo de comer que no lleve picante; para Marcos y D. esto no supone un gran problema, pero a Y. y a mí no nos gusta, así que pronto nos damos cuenta de que las dos coincidimos en este punto y otro muro más desaparece entre nosotras.

Tras una breve siesta, Y. tarda algo más de quince minutos en ponerse en marcha. Parece que es de las personas a las que le cuesta moverse nada más abrir los ojos. Toca merendar y le ofrecemos una galleta tipo ChipsAhoy. Cuando nos queremos dar cuenta de que son de café, ya es demasiado tarde. No sabemos si por esto mismo o porque ya le tocaba, al rato Y. parece despertar y una nueva niña se muestra ante nuestros ojos. D. comienza a hacer volteretas en la cama y ella va detrás. De pronto, todo son risas en la habitación (esta vez nos ha tocado la 1507) y Y. se muestra muy receptiva a las indicaciones de Marcos. Parece que ha olvidado la palabra “no” y hasta comienza a bromear y a tomar el pelo a su hermano.

Yo lo observo todo desde un segundo plano. Ahora que por fin empieza a soltarse, no quiero hacer algo que pueda romper esta magia que, sin darnos cuenta, se ha creado. Participo de las risas, eso sí, pues tampoco se trata de que Y. piense que todos en esta familia tienen el mismo trato conmigo que ella, pero nada más. Sigo siendo invisible a sus ojos, aunque es verdad que ya no se aparta si “ocasionalmente” recibe una caricia de mamá…

Llega la hora de la ducha y, esta vez, Y. va sin problema alguno al cuarto de baño y participa con D. del momento del aseo. No necesita ayuda de nadie, salvo para descubrir cuál de las dos cosas es gel y cuál champú. Pero para eso está su hermano ahí. Imita todos sus movimientos e, incluso, lo llama por su nombre. Al salir, sin rechistar, se echa crema por todo el cuerpo, como D. y hasta deja que sea él quien le peine y le seque el pelo. Claro, D. es el mayor y de alguna forma se lo quiere hacer saber…

Y ahora… nos echamos a temblar, porque no queremos pensar qué pasará si nos pide su ropa de siempre pero… ¡oh, sorpresa! Va recogiendo cada prenda y dándosela a D., mientras dice “sucio”. Nos miramos asombrados pero actuamos mostrando muchísima alegría. Incluso yo me lanzo y le planto un beso enorme sin que me rechace. ¡Bien! Vamos mejorando por momentos. Hasta su camiseta del pijama acaba en el montón de la ropa sucia y ella sola abre el cajón reservado para sus cosas y elige algo para dormir.

Está resultando ser todo fantástico, y eso que el día empezó fatal.

Durante la cena está charlatana y sonriente, pero tanta energía acaba pasando factura y muy prontito los peques se van a dormir.

Cruzaremos los dedos para que mañana no llegue la tormenta después de la calma.