En la cultura china, este número simboliza la mala suerte, lo desafortunado, lo malo… Es un número que se evita porque se pronuncia igual que la palabra “muerte”. Sin embargo, para nosotros el cuarto día juntos ha sido cualquier cosa menos malo.
Tras acabar la noche ayer consiguiendo que todos nos pusiéramos los pijamas rojos (todos igualitos) que nos trajeron los Reyes y marcharnos a la cama con la sensación de haber dado un gran paso como familia, hoy hemos empezado bien, sin incidentes. Y. ha tardado lo acostumbrado en levantarse de la cama, pero no ha puesto ninguna pega a la hora de vestirse. Así que, después de una llamada vía WeChat a la directora del orfanato y una muy alegre conversación con ella, hemos bajado a desayunar. Ha sido un ratito tranquilo, en el que Y. ha cogido su habitual bol de frutas y, además, ha decidido copiar a D. y beber un vaso de té frío.
Los planes para hoy consistían en visitar la Pagoda de las Seis Harmonías, a una media hora escasa del hotel (sin contar con el posible tráfico de esta ciudad), pero primero necesitábamos ir con N. al banco para hacer un donativo al orfanato de Y. Cuando nos hemos querido poner en marcha eran cerca de las doce del medio día, por lo que el tráfico a esas horas era muy intenso y el trayecto hasta la Pagoda ha durado un poco más de normal pero, una vez allí, y a pesar del elevado número de turistas que hemos tenido la misma idea hoy, el día ha merecido la pena.
La pagoda está situada en las inmediaciones del Lago Oeste, por lo que solo el viaje hasta aquí ya merece la pena. Nada más llegar, una escalera de importante longitud (vamos a decirlo sutilmente) recibe a los visitantes enviando un subliminal mensaje de todo lo que tendremos que subir si queremos llegar al último piso de este impresionante edificio de sesenta metros de altura que, aunque desde fuera asusta con sus trece pisos, por dentro “solo” tiene siete.
Foto a los pies de este antiguo faro, construido en el año 970 y que formaba parte de un conjunto monástico, cuya principal función era orientar a las embarcaciones que surcaban el Qiantang, y empezamos a subir escaleras. Con mi más que modesto metro y medio de estatura, lograr avanzar escalón tras escalón cuando tengo que levantar el pie casi a la altura de la rodilla para ascender, me parece un auténtico logro que los peques suban como si nada. Pero el esfuerzo merece la pena. En el techo de cada piso se pueden admirar las figuras pintadas o talladas de animales, aves, flores, pájaros y distintos personajes de la mitología. Auténticas obras de arte.
Hemos pasado un gran rato disfrutando de esta maravilla arquitectónica y de las fantásticas vistas desde el séptimo piso, pero ahora toca bajar y pasear por el increíble jardín que la rodea. Si yo creía que la subida era difícil, descender es casi una misión imposible con la envergadura de estos escalones. Pero agarrada al pasamanos, sin prisa y con paciencia, consigo llegar hasta la salida (la última del grupo, eso sí, pero llego sana y salva).
Como en todas las zonas verdes en esta ciudad, los jardines que rodean la pagoda desprenden un aura de tranquilidad que enseguida consigue abstraerte del ruido de coches, motos y autobuses que conforman el caótico tráfico de Hangzhou. Montones de especies de flores impregnan el ambiente de sutiles aromas, estatuas de piedra representando animales sagrados y fieros guerreros vigilan cada paso que das, caminos de piedra que serpentean entre frondosos árboles llevan tu destino hasta la escalera de salida. Y así, sin ser consciente, todos tus nervios y tensiones han ido abandonándote y te encuentras renovado de fuerza y energía…
Creyente, supersticioso, místico o todo lo contrario, lo cierto es que estos lugares sacan lo mejor de uno mismo.
Será por esto que Y. está cada vez más receptiva a nosotros tres. La relación con su hermano está absolutamente consolidada y se ha convertido en su sombra. La complicidad va creciendo entre ellos y allá donde Marcos y yo no llegamos, D., con su recién descubierto poder que todo hermano mayor posee, consigue entrar y convencer a Y. de cualquier cosa. La figura del padre comienza a ser real para ella y lo llama cada vez que necesita la ayuda de un adulto, cede a su autoridad sin protestar y se deja arrastrar cuando llega el momento de jugar.
Si bien con mamá Y. sigue teniendo reservas, ya no rechaza mis caricias y los sutiles cuidados que le voy prodigando. Incluso en algún momento esta tarde ha permitido mis cosquillas.
Las llamadas por Skype para conocer a la familia también las lleva muy bien. No quisimos hacerlas desde el primer día, como ocurrió con D., porque intuimos que no estaba preparada, pero ayer empezamos con las presentaciones y hemos visto que la aceptación ha sido muy buena.
Mañana queremos visitar el Templo Lingyin, uno de los templos budistas más antiguos de China. Así que toca irse a dormir que tendremos que madrugar.
Con la sensación de que el número 4 es un poco menos malo, nos deseamos buenas noches y felices sueños, sabiendo que nuestro camino tan solo acaba de empezar.
A ellos no les gustará el número cuatro pero para vosotros ha sido un día estupendo. El primero sin ningún incidente y todo fantástico (vale, lo de los escalones del templo no ha tenido que ser muy fácil)
ResponderEliminarCuánto me alegro que cada día vaya un poquito mejor. Ese hermano mayor se ha ganado al nuevo miembro de la familia en un suspiro.
Jopé, no sabes lo maravilloso que es seguiros los pasos a través del blog, casi da la sensación de que estamos ahí con vosotros.
ResponderEliminarEsperamos el relato de mañana con ganas y alegría, viendo que Y se integra y que D es un casi un héroe para ella.
Besos a los cuatro.
Nieves y Carlos