31 de marzo
Hoy hemos abandonado Hangzhou definitivamente. Aquí ya hemos terminado con la documentación que compete al gobierno chino y ahora nos toca tramitarla con el Consulado español. Debemos solicitar el visado de Y. para que pueda entrar en España y esto ha de hacerse en Shanghái.
Así que esta mañana nos hemos levantado sin prisa, hemos desayunado y hemos cerrado las maletas y todo esto sin un solo contratiempo. Y. está muy receptiva a todo aunque, eso sí, sus veinte minutos para ponerse en marcha según se despierta siguen siendo sagrados.
A las once estábamos haciendo el check-out cuando N. se ha reunido con nosotros. Y, por fin, todos preparados, hemos subido en el taxi de siete plazas rumbo a la estación de tren. Esta vez Y. y yo nos hemos sentado en la parte trasera del coche, Marcos y D. en el medio y N. delante, de copiloto. El trayecto, que ha durado unos cuarenta minutos, ha sido muy tranquilo. Y. y yo hemos ido de la mano todo el rato y en ningún momento ha mostrado rechazo. Eso sí, sin hablar, porque hay ocasiones en las que un gesto vale más que mil palabras.
Tras pasar por el control de equipajes y localizar la vía de nuestro tren, nos hemos sentado a esperar. Esta vez Y. se ha sentado al lado de N. y le ha preguntado qué hacíamos allí. Cuando ella le ha contado que iríamos a Shanghái a preparar el viaje a España, se ha mostrado tranquila. Ha llegado el momento en el que debe empezar a asumir la realidad de nuestra presencia en China y parece que vamos por el camino correcto.
Una vez en nuestros asientos, ha insistido en sentarse con D. y, aunque los dos han viajado los cincuenta minutos escuchando cuentos (el día que la vimos por primera vez, le regaló a D. un dispositivo con 612 cuentos y canciones infantiles chinas que, por lo que vimos después, es igual al que tiene ella y con el que pasa el rato tan feliz) y música, Y. iba tan feliz.
El traslado hasta el hotel ha sido un poco más caótico, porque en esta ciudad el tráfico es más intenso y a la una y media de la tarde los 40 kilómetros se han convertido en algo más de una hora de trayecto. Pero, una vez instalados en la habitación, parece que los ánimos suben. Con muchísima hambre, hemos cruzado al centro comercial que queda en la acera opuesta y hemos entrado en el primer restaurante que estaba abierto. Era un “hot pot”, muy de moda últimamente por aquí según nos ha dicho N.; resulta que pides la comida y te la haces tú mismo en la mesa. Lo curioso de esto no es el “cocine usted mismo” sino que por primera vez hemos sido capaces de pedir algo de comer que no lleve picante. Hasta ahora, por mucho que lo hemos intentado, al final acabábamos metiendo la pata y llevándonos una sorpresa, porque en Hangzhou, a pesar de ser una ciudad con millones de turistas al año, es muy difícil encontrar a alguien que hable inglés, sin embargo, en Shanghái no tenemos este problema.
De vuelta en la habitación, y a pesar del cansancio, nadie ha querido echarse la siesta, así que nos hemos puesto a deshacer las maletas y soltar tensiones… haciendo volteretas encima de la cama. Esto es algo que encanta a los niños y, aunque en casa no se puede hacer, de vez en cuando hay que hacer excepciones. ¡Y se lo han pasado en grande!
Tras una llamada al orfanato y una cena ligera en la habitación, nos iremos a dormir. Por hoy no tenemos intención de hacer mucho más.
A ver qué tal se nos dan estos últimos días aquí antes de volver a casa…
Se me ha ido el comentario anterior, pero bueno. Un gustazo leer vuestro día a día y deseando que estéis aquí de nuevo, chicos.
ResponderEliminarBesoooos!!
Carlos y Nieves