Pues tal y como habíamos planeado, hoy tocaba madrugar para llegar prontito al parque… Pero no lo hemos conseguido.
Lo hemos intentado, de verdad, pero ha sido imposible. A última hora nos hemos dado cuenta de que no habíamos sacado las entradas. Sí, preguntaréis cómo es posible que no tuviéramos claro esto, pero nos ha pasado. En serio. Todo planeado, todo calculado al milímetro y lo más importante se nos olvidó. Así somos nosotros.
Total, a las nueve y pico de la mañana estábamos en la habitación peleándonos con internet y, como la Ley de Murphy existe por algo, justo cuando se iba a hacer efectivo el cargo en la cuenta, la conexión ha fallado… Vuelta a empezar. Los peques ya no sabían qué hacer para entretenerse, Marcos preguntándose cómo podemos ser tan gansos (así, expresión literal) y yo a punto de estallar. Pero al final lo conseguimos: a las diez ya estábamos montados en el taxi. Eso sí, a esperar con paciencia porque, un lunes, a las diez de la mañana en Shanghái el atasco es tal que no se puede calcular la hora de llegada.
Casi una hora después y con Y. dormida en el asiento trasero y D. y yo a puntito también, llegábamos al parque Disney.
No me voy a entretener en contar en qué montamos, qué vimos, cuánta gente había por metro cuadrado o cualquier otra cosa de este tipo porque es fácil imaginarlo. Pero sí diré que las caras de sorpresa de los peques y de los no tan peques eran dignas de ver.
Es cierto que es un parque mágico, pero no por lo espectacular de la decoración o lo maravilloso de los detalles a cada paso que uno da. No. Es mágico por ver a tantos niños y niñas vestidos como sus personajes favoritos, poseídos por un día por su espíritu, creyendo ser realmente aquellos; por lo mucho que los niños pueden sorprenderse con el saludo de la princesa de turno o el héroe del momento, desde una carroza que recrea al milímetro escenarios de una peli; por la música que llena cada rincón del parque y que es coreada a voz en grito por un montón de niños que nada tienen que ver entre ellos; por las caras de mis peques que no pueden creerse estar por fin paseando por su mundo de fantasía.
Hoy no hay lugar para la tensión ni para las preocupaciones. Hoy toca ser una niña sin miedos y asombrarse en cada esquina. Hoy no se puede pensar en quién me lleva de la mano o en quién se sienta a mi lado. Hoy, por una vez, Y. ha disfrutado de cada instante sin caer en la cuenta de que con ella solo estábamos sus padres y su hermano. Y gracias a esta magia creada por algo tan comercial como Disney Y. ha querido que comiera de su hamburguesa, que las dos fuéramos pareja destruyendo al eterno enemigo de Buzz Lightyear, que condujéramos juntas un magnífico bólido tuneado hasta llegar terceras a meta o incluso que la ayudara a conducir una moto virtual. Y, de colofón, el espectáculo de cierre en el lago, proyectado en el famoso castillo, e inmortalizado con el móvil de mamá.
Nuestra relación ya ha encontrado su camino hacia adelante, ahora solo queda explorar las piedras del sendero y decidir por qué lado las sortearemos.
Menudo viaje que estamos haciendo todos. Porque parece que estamos ahí, con vosotros cuatro.
ResponderEliminarQué ganas tenemos ya de veros y de poder abrazar a Y ya D.
Mil besos!!
Carlos y Nieves
Q alegría Laura poco a poco muy buen comienzo!!
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